¿Hubo un importante santuario en el Aljarafe sevillano durante la Edad del Cobre?
La investigación de restos humanos y
ajuares hallados en el dolmen de Montelirio sugiere la presencia de un centro
religioso
La
excavación del dolmen de Montelirio,
entre 2007 y 2010, hizo que muchos sevillanos volvieran entonces sus ojos a la
denominada zona arqueológica de
Valencina de la Concepción y Castilleja de Guzmán, el mayor
yacimiento conocido de la Edad del Cobre en Europa, con más de cuatrocientas
hectáreas. Aquellas excavaciones sacaron a la luz un dolmen, declarado en 2010
Bien de Interés Cultural, en el que permanecían enterrados un hombre y una
mujer junto a otra veintena de mujeres.
El
origen de este monumento funerario era un enigma para los especialistas, al
igual que los restos humanos y los ajuares
con sofisticadas túnicas, nunca vistas en ningún yacimiento y
hechas de decenas de miles de cuentas perforadas y ornamentos de concha, ámbar
y marfil, material este último de procedencia africana que denotaba que el
dolmen estaba en una región de paso entre continentes.
Tras
años de investigaciones, los especialistas siguen haciéndose preguntas, pero
también disponen de algunas certezas y nuevas líneas de investigación, tal como
señala el profesor titular del Departamento de Prehistoria y Arqueología de la
Universidad de Sevilla, Leonardo García
Sanjuán. Este profesor es el coordinador junto al director de
las excavaciones, Álvaro Fernández
Flores, y la doctora
Marta Díaz-Zorita Bonilla, del volumen colectivo «Montelirio: un gran monumento megalítico de la Edad
del Cobre», que hoy se presenta en la Biblioteca Infanta Elena.
«El
libro recoge la investigación que ha realizado un equipo de científicos formado
por cuarenta y cinco especialistas de
dieciséis instituciones y cinco países diferentes en los últimos
seis años», explica. Entre las certezas que se tienen sobre el dolmen está su
datación por el procedimiento del radiocarbono, así como de todos los
enterrados. «Sabemos que pertenece al siglo
XXVIII antes de Cristo y que el enterramiento o bien resultó un
episodio de un solo uso o varios episodios de uso que duraron relativamente
poco tiempo, entre veinte y cincuenta años, frente a otros que estuvieron en
uso durante varios cientos de años».
Sobre
la identidad de los enterrados se ha abierto una línea de investigación, señala
este profesor, que las relacionaría con el establecimiento en la zona de un centro religioso, un santuario con
funciones similares a los oráculos que se levantaron en la Grecia arcaica.
«Pudo ser un santuario que tenía que ver con la muerte y la celebración de los
antepasados», explica García Sanjuán, y enumera una serie de indicios cruzados.
Para empezar, el grupo de la tumba es predominantemente femenino y, según un
estudio de sus huesos, estos tenían una
alta concentración de mercurio, en algunos casos exagerado, por
el uso de un pigmento rojo derivado de un mineral: el cinabrio.
El
cinabrio, explica, «tiene un papel
ritual muy importante». Estas mujeres, que podrían ser sacerdotisas, «usaban cinabrio para
tatuarse y pintarse el cuerpo, y que es muy posible que incluso lo inhalasen y
lo ingirieran, lo que implica alteraciones cognitivas». Además, uno de los
cuerpos presenta polidactilia,
es decir, seis dedos en cada uno de sus pies, lo que «para una mentalidad no
científica hacía a estos individuos predispuestos para la religión. Finalmente,
en la tumba se hallaron objetos de
cuarzo que también se asociaban con lo esotérico, además de las
mencionadas túnicas de cuentas que, con sus diez kilos de peso, debían tener un
uso ceremonial.
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