Un viaje a las entrañas de la Sevilla prehistórica
¿Cuál es el origen de la civilización sevillana? Ni Sierpes ni Campana. Es el dolmen de La Pastora y su entorno, que resucita 155 años de su hallazgo de la mano de la labor investigadora. Descifrar el ADN del primer sevillano, su último hito
25 dic 2015 / 21:08 h.
Ese olor entre a cerrado
y húmedo –casi a mar– y un techo de piedra fría que, a cada paso, se va
estrechando dando un aire más claustrofóbico si cabe a un angosto pasillo donde
la oscuridad no hace distingos. Es un viaje al centro de la Prehistoria
sevillana, un camino de 42
metros , los que llevan desde la entrada hasta las mismas
entrañas del dolmen de La Pastora. La única diferencia es que, en vez de una
antorcha como hace más de 50 siglos; o con un candil, como cuando hace 155
años, el 5 de febrero de 1860, fue descubierto de manera casual en un olivar de
Valencina de la Concepción, la luz que ilumina esta cámara funeraria y máximo
legado de la Edad del Bronce es la pantalla del móvil de Leonardo García
Sanjuán. «Soy un romántico», reconoce este profesor del departamento de
Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Sevilla, que pidió expresamente
que cortaran la luz eléctrica y cerraran las puertas de este dolmen para crear
una atmósfera que, directamente, invita a ese viaje al pasado sin que sean
necesarias costosas –y utópicas– máquinas del tiempo.
«Es la Catedral de la
Prehistoria», afirma mientras resuena su voz en el interior de la cámara. A
oscuras, García Sanjuán y Juan Manuel Vargas –el arqueólogo municipal de
Valencina de la Concepción, autor de la Carta Arqueológica que sirve de brújula
a los investigadores de este asentamiento y, quizás, el que más horas haya
echado en él– se mantienen en silencio por periodo de casi un minuto. Casi
ceremonial y votivo, como apunta una de las teorías de lo que representó este
rincón del Aljarafe durante mil años: un lugar de culto. Tras este símil a la
liturgia, García Sanjuán da un suave golpe al techo del pasillo. Una enorme
losa que procede, según las últimas investigaciones, de la zona costera
de Coria del Río. Sí, no ribereña, costera. El propio Vargas, autor de ese
estudio, se detiene, antes de la vuelta a la realidad, en el pasillo y señala
con el dedo los restos de bioerosión marina que hay en esta roca.
Este ha sido el
penúltimo hito en esta prolífica zona de 400 hectáreas donde
se asienta el origen de Sevilla y que se encuentra blindado desde hace unos
años de la vorágine urbanística tras declararse como espacio BIC después de una
lucha vecinal sin precedentes por un cachito de la historia. El último avance
se ofreció hace solo una semana, cuando una investigación mano a mano entre la
Hispalense y la Complutense descifró el ADN mitocondrial del primer sevillano:
un joven «de alto estatus social», procedente de Eurasia occidental y con
perfil de comerciante o artesano, según los ajuares localizados en su
enterramiento.
Pero esos hitos no
sacian el hambre de conocimiento por esta zona arqueológica, entendida como
cuna de la civilización sevillana. Todavía quedan muchas páginas en blanco. No
por falta de ganas, ya que no escasean investigadores. Ahí está la prueba de
visitas de profesionales procedentes de universidades de Southampton, Cardiff o
Augsburgo. Tampoco van faltos de material. «Valencina es, posiblemente, el
enclave prehistórico más excavado, pero eso no implica más trabajo, porque hay
poca evaluación del material encontrado». No en vano, en el subsuelo aljarafeño
es ejecutar una obra y encontrarse un resto arqueológico. Los últimos ejemplos
fueron la obra del carril bici entre Valencina y Castilleja de Guzmán y la de
la CHG. Vargas, de hecho, tiene apiladas «montones de cajas» de las 123
excavaciones realizadas sobre el terreno. Tan ingente es el volumen que ha
tenido que ampliar en dos ocasiones el almacén. En esas cajas se recopila todo:
huesos humanos o de animales, piezas de cobre o marfil, objetos metálicos con
base de oro y hasta materias primas exóticas. Es el caso del cinabrio, un
pigmento rojo brillante, procedente de Almadén (Ciudad Real) y con el que se
«embadurnaban» el cuerpo los sevillanos de la Edad del Cobre, a riesgo de
sufrir problemas de salud con su componente tóxico. Todo ello «no solo se
almacena, sino que requiere de una conservación costosa».
Ese es el principal
lamento de los investigadores. El dinero. O, mejor dicho, la ausencia del
mismo. Ya han optado dos veces, sin éxito, a fondos de la Unión Europea. Y es
que la financiación es la única vía para cambiar las hipótesis en bases
sólidas. Hay pocas certezas. De ellas, sí se sabe que Valencina de la
Concepción era un lugar idílico para asentarse una civilización. Los primeros
sevillanos difícilmente podrían habitar en el subsuelo de Sierpes o La Campana.
La Sevilla de hace 5.000 años era territorio costero y el suelo donde se asienta
la capital «era extremadamente inadecuado para la vida». «Sevilla era un lugar
pantanoso y húmedo, con riesgo de picaduras de mosquitos y el calor», esboza
García Sanjuán.
Ya fuera del dolmen,
ambos investigadores se suben a un montículo. Desde esa atalaya, muestran la
idoneidad de la cornisa del Aljarafe, situada a 120 metros por encima
del nivel del mar. En su panorámica visual, excluyen torres eléctricas, antenas
y torre Pelli. Saben de memoria el mapa de la Valencina prehistórica o, al
menos, lo que intuyen del mismo después de décadas de trabajo: trazan con el
dedo una línea imaginaria que enlaza el dolmen de La Pastora con el de
Matarrubilla, Ontiveros y Montelirio. A su lado, muestran las zanjas, con
gravas y pedruscos de 300
metros de largo y siete metros de profundidad, casi
paralelas entre sí y de cuya utilidad aún está en el aire. ¿Fortificación
defensiva? ¿Hogares? ¿Motivo religioso? Falta estudios, falta dinero. Vargas
mira al frente y añade un tercer elemento existente: los miles de hoyos o
cubiertas excavadas en la roca. Solo en el PP-4 de Montelirio se cuantificaron
«entre 40.000 y 50.000 estructuras». De ahí se han obtenido excedentes en
ayudas. Depósitos, estructura, ofrendas votiva,... el «cosmos» de esta
civilización está en estos hoyos, muchos sin estudiar y preservados para cuando
haya posibilidad. Esta estampa aproxima la hipótesis de que Valencina fue, hace
cinco milenios, un santuario. Un caso similar, trasladado a la actualidad por
los investigadores, al de El Rocío, «donde viven 5.000 habitante y se llena por
miles en fechas».
Demasiadas incógnitas y
solo una gran certeza, que resume García Sanjuán en una frase «es una herencia
de hace 5.000 años y nuestra responsabilidad es preservarla y cuidarla». De ahí
su declaración como BIC y el deseo de aumentar la seguridad en un recinto
expuesto a sucesos que pueden dañar los dólmenes o las estructuras. La Pastora
ya sabe lo que es que le pase un tractor por encima. Este legado, por suerte,
sigue intacto y a la espera, 155 años después de su descubrimiento, de ser el
faro que ilumine sobre lo que fue Sevilla en aquella lejana Edad del Bronce.
EL I+D DE LA EDAD DEL
COBRE
«El I+D de la
prehistoria estaba en Valencina». Los investigadores muestran con orgullo todo
lo hallado en este rincón del Aljarafe Norte. Y es que a cada paso hay un hito
más que añadir. Incluso en el casco urbano de Valencina. El polideportivo del
instituto se piensa que fue, en su día, un taller de marfil. En los piezas y
esquirlas encontradas trabaja Miriam Luciáñez, que tiene su campo de
operaciones en el Museo Arqueológico de Valencina. Allí se pueden contemplar
todos el ingente material encontrado, así como otro de los grandes hallazgos de
esta zona arqueológica: dos grandes piezas con un peso aproximado de siete
kilos y que están en perfecto estado de conservación para su próxima
investigación.
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