01/11/10 PÚBLICO ENTREVISTA AL "CABRERO". YO CANTO COMO ANDO, ESCUCHANDO EL PAISAJE

PÚBLICO

"Yo canto como ando, escuchando el paisaje"



El cantaor flamenco, emblema de la hondura flamenca y peculiar icono de la izquierda andaluza, prepara nuevo disco, 'Pastor de nubes', sin descuidar su rebaño de ovejas



ÁNGEL MUNÁRRIZ Valencina de la Concepción (Sevilla)
01/11/2010 00:05 Actualizado: 01/11/2010 00:31

José Domínguez ‘El Cabrero’, en Valencina (Sevilla). LAURA LEÓN

Aunque como pastor haya cambiado las cabras por las ovejas, José Domínguez (Aznalcóllar, 1944) sigue y seguirá siendo El Cabrero, un emblema de pureza y sobriedad flamencas. Trasunto descarnado de otro pastor guerrero, Miguel Hernández, su fidelidad a sí mismo tanto en el escenario como en su peculiar activismo social y político —es pionero en la lucha contra la apropiación del campo público por parte de los terratenientes— contribuyó en los primeros ochenta a consolidar una etiqueta de "símbolo de la Transición" que entusiasma a quienes lo ven como un icono popular de la izquierda andaluza, pero que en parte ha eclipsado y caricaturizado al artista.

El Cabrero reivindica una carrera de más de 35 años de hondura flamenca salpicada de valientes digresiones: discos de tango, colaboraciones rockeras -Reincidentes, Marea- y giras de postín, como aquella de 1993 con Peter Gabriel por Estados Unidos que lo obligó a un descuido inusualmente largo de su rebaño. Pocos han podido rivalizar con él en conexión con el público y éxito en los festivales. "Naranjito de Triana decía: ‘Donde van juntos Camarón y El Cabrero, comemos todos'", cuenta. Ahora prepara su 18º disco, Pastor de nubes (Atrapasueños). José -voz imponente, ojos claros y acento esotérico- habla aquí de música y política usando metáforas del campo.

¿Contra qué canta en este disco?

Contra la guerra. La desigualdad. La piel de España es la de un perro flaco. No hablo de mí, que estoy surtido y arrimao al sobaco que más apesta [hace con los dedos el gesto del dinero]. Pero soy consecuente y lo digo. En mi flamenco están mis ideas. Será un análisis de cateto del campo, de acuerdo, pero yo tengo sentido del pienso, del reparto, porque soy pastor. Y digo que hay que poner las cosas al precio del que menos cobra.

Usted firmó junto a Manu Chao, Juan Pinilla y otros artistas un manifiesto que dice: "El flamenco agoniza en Andalucía". ¿Tanto?

Está vivo, pero está flaco. Depende del dinero de los contribuyentes, pero el pueblo no decide nada. Hay que llevar el flamenco a los pueblos.

¿Se considera marginado por los circuitos oficiales del flamenco?

No llevarme en 26 años a la Bienal de Sevilla, llenando en todos los pueblos que piso y en los teatros internacionales... Esa marginación, ni con el innombrable [Franco]. Y se demostró que se equivocaban los que decían que yo iba ser "el cantaor de la Transición". Es una manera de decir "ese no entra en mi casa", y no porque el pueblo no me quiera oír, ni por mi cante. ¡Hostia, si voy por los cánones! Nunca he prostituido el cante. Una seguiriya es una seguiriya. Pero soy pastor, no tengo álgebra para entrar en los corillos y me arreglo con una lata de arenques por no pedir a alguno un favor. Tampoco acepto botas regaladas que me queden pequeñas. A lo mejor me hubiera ido mejor si hubiera hecho caso al que me decía "no seas tonto, tú no muevas los pies de aquí", pero yo llevo las botas holgonas. Soy más de izquierdas que la madre que me parió, pero no llevo en la boca el carné de los gemelos [PSOE y PP], tanto que van de izquierdas...

El PP no va de izquierdista...

Aquella señora del palestino hablando del partido de los trabajadores [Cospedal] parecía que había hecho un cursillo en Marinaleda.

¿Fue a la manifestación el 29-S?

¡Y a las que haiga! Y había gente, ¿eh? Otros no fueron, no fueran a pringarse. El miedo es lo que guarda a los borregos. El problema es que el ganado no puede estar encerrado. Mira, yo soy menos dañino que un borrego, pero necesito lo mismo: espacio. Ahora oigo que hay que trabajar más y cobrar menos. Yo soy Zapatero y me voy a por él [Gerardo Díaz Ferrán] como un perro que ha escuchado venir a alguien de lejos.

¿En qué piensa durante las largas horas de pastoreo?

¡No creas que da tiempo a pensar, con tanta linde! Esa es otra. Mira, llevo protestando desde que empecé de cabrero, siendo chaval, y viendo cómo la guardia defiende al que usurpa la vereda. ¡Hasta la cárcel he pisado! Pero yo necesito campo, espacio. Necesito verlas venir.

¿Se siente usted de otro tiempo?

¿Y eso por qué?

Su forma de pensar, de hablar, de cantar, de vestir...

¿De vestir? Cuando yo empecé me exigían camisas con chorreras y trajes de señorito. ¿Para cantar hace falta eso? ¡Nooo! Y cantando, ¿para qué voy a correr? El flamenco tiene que sonar a flamenco. La cursilería no se agarra. Para afianzar los pies en terreno quebrado hay que ir despacio. Aunque conozca el flamenco del hilo al pabilo, yo no canto por media granaína como por soleá [cante del que, al igual que de la malagueña, es Premio Nacional]. Yo no soy ese cantaor de bulerías que va pum, pum, pum, rápido. Yo canto como ando, y ando mirando y escuchando el paisaje. Hay que subir la montaña, no rodearla. Yo cuando empecé estaba verde, claro. Todo era sorbido, sin resuello. Luego he aprendido, despacio. Por eso el cante siempre será de minorías. No porque haya poca afición, es que pocas madres paren cantaores.

¿Su madre cantaba?

Para la cocina y para las fiestas de la matanza. Y mi padre silbaba, no cantaba nunca cerca de nosotros. Yo me parezco a él. Es de estos hombres que no vieron más que campo. Tenía sentido de la naturaleza... Lo quería mucho la gente. Dentro de los cuatro kilómetros a la redonda por donde se meneaba, claro.

¿Aprobaba que usted cantara?

¡Uf! Qué va. No sentía lo que yo sentía. Desde los ocho años estuve guardando ovejas. Pero yo tenía una radio, cogida con guitas porque estaba desangelada, y la escuchaba por la noche. Luego no tuve el permiso de mi padre para ir a escuchar el cante, y me reñía y me pegaba cuando era mozanguete si descuidaba los animales. Encima, cuando conseguía irme quedaba como un golfo en el pueblo por dejar a mi padre solo con los borregos. Así, sorteando las pedradas de la vida, empecé a sentirme un rebelde.

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