14/03/16 DIARIO SEVILLA Réquiem por un campesino andaluz


Réquiem por un campesino andaluz


Recuerdo. En la muerte de José María Pérez Orozco, que en el año 1986 con su hermano Alfonso Eduardo dirigieron la edición de la Bienal de Flamenco

francisco Correal | Actualizado 14.03.2016 - 09:40

 

UN rincón para dormí / y una ramita que alumbre: / con qué poco soy felí". Con tan poco, como reza la copla de José el de la Tomasa, se bastaba para vivir y hacer llevadera la vida de los demás José María Pérez Orozco, un sabio de pueblo, un enciclopedista de la arroba pre-informática y vinatera que se ha ido donde todos los ángeles hablan el culto andaluz de los firmamentos. El propio José María, junto a Gabriela Fernández Jiménez y Mercedes Matarranz García, miembros del equipo Arriate de la Fundación Machado, firmaron la introducción de una verdadera joya bibliográfica titulada Alma de Barco, un conjunto de coplas de tres, cuatro y cinco versos de José Giorgio, el hijo de la Tomasa y Pies de Plomo, con un prólogo de Pedro M. Piñero, que en 1990, cuando se editó el libro, presidía la Fundación Machado. El libro conserva una delicada dedicatoria a mi persona de Joselito, como era conocido entre sus amigos José María Pérez Orozco.


Cambió la cátedra de instituto por el retiro pueblerino, una autoridad de fonética, sintaxis y argot del Aljarafe en la venta Bobito, donde era vecino de Kiko Veneno y de Alfonso Grosso. Donde en dos ocasiones me dio un plantón involuntario, la primera vez por simple despiste (me salvó mi amigo Heliodoro Murillo), la segunda por una emergencia veterinaria para hacerle una cura a un chucho fiel. Pero al final conseguí aquella cita, enriquecedora como todas las que uno ha tenido con quien era conocido como el Gorrilla.


Podía parafrasear el título de la película de Mel Brooks para hablar del hermano más listo de Alfonso Eduardo Pérez Orozco. Éste, uno de los principales agitadores culturales de este país, no se enfadará con este guiño cinematográfico. Formaban un binomio asimétrico y perfecto. Alfonso Eduardo en Madrid, timonel de Estudio 15-18, descubridor de talentos del jazz y del flamenco; José María, en Valencina de la Concepción, junto al dolmen, mezclando el diario de un cura rural de Bernanos con el réquiem por un campesino andaluz de Sender. Los dos hermanos confluyen en la Bienal de 1986, que contó con la presencia de Camarón y Paco de Lucía y al baile con Matilde Coral y mi vecina Fernanda Romero.


José María era pancipelado, el hermoso gentilicio de los nacidos en Montellano. En esa casa de tan buen yantar que muchas veces visitó su buen amigo Felipe González. Con José María Vaz de Soto y Alberto Fernández Bañuls fueron los grandes defensores del habla andaluza, un signo identitario fundamental. Un equipo al que convocó para unos informes iniciales el entonces consejero de Cultura, Rafael Román. Por puro azar, José María Pérez Orozco me presentó en la calle a Julian Pitt-Rivers, aquel inglés de casi dos metros aficionado a los toros que había publicado el primer estudio antropológico de un pueblo español, concretamente en Grazalema. A aquella presentación le siguió un viaje maravilloso que hicimos con el propio investigador el fotógrafo Paco Cazalla y yo a la tierra de los pinsapos.


Culto, divertido, amigo de sus amigos, solitario y solidario (la fórmula se la pido prestada al pensamiento árabe que leyó el arabista Martínez Montávez), buscó para la televisión primicias léxicas, rebuscó en pedanías la sabiduría virgen de lugares no contaminados por la uniformidad costumbrista. Esos territorios que se le escapan a la cultura oficial. Lo cantaba José el de la Tomasa en una de las coplas del libro que me dedicó Joselito: "Ni Goya ni Zurbarán / ni Velázquez ni Murillo /nunca han podío pintá / la tristeza de un chiquillo /cuando no puede jugá".

 


 

No hay comentarios: